Maximo Torres
Editor, El Mundo Boston
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No es una expresión inventada ni sacada de contexto ni es la declaración de un demente, sino es la expresión de una de las personas antivacunas que salió a protestar frente a la casa de la alcaldesa Michelle Wu. ”¿Quién es el gobierno para decirme que no tengo derecho a morir?” Nadie le está quitando ese derecho, si ese es el destino que quiere.
Pero nuestro derecho a vivir, nuestro derecho a proteger nuestras vidas con la vacuna salva vidas va más allá de cuatro o cinco gatos o gatas que hacen ruido y vociferan contra las vacunas cuando el COVID-19 y sus variantes ya han causado en Massachusetts más de 20,000 muertos.
La directora de “orquesta de la muerte” es nada menos que Shana Cottone, una sargento de policía de Boston, que se opone al mandato de vacunación y que organizó las protestas en la puerta de la alcaldesa de Boston con un cartel que decía “Primeros opositores LGBT a la medicina forzada”.
Inaudito, una actitud que va más allá de la razón. Porque la vacuna a todas luces salva vidas y lo hemos visto y comprobado en nuestra propia casa con personal que ha sido infectado con la nueva variante Ómicron y que se ha recuperado sin mayor peligro gracias a la vacuna COVID.
Ahora estas cuatro o cinco personas que llegaron hasta la casa de Michelle Wu antes de las 7:00 de la mañana para protestar con megáfono en mano es a todas luces abusivo no solo porque alteró la tranquilidad de los vecinos sino porque despertó a sus niños. Estos alteradores del orden público que son también tan vocales en las redes sociales en las que publican todo tipo de barbaridades contra las vacunas deben ya merecer un castigo.
En lo particular yo no respeto a quien no respeta mis derechos. Somos el 75 por ciento de la población de Massachusetts que ha optado por vacunarse contra el COVID, somos una mayoría que cree en los beneficios de la inyección contra una minoría que piensa que el gobierno no debe intervenir en sus decisiones, incluso para proteger sus vidas.
Las protestas ya se han salido de control, porque ya no solo se organizan frente al City Hall Plaza o en el Boston Common sino en las casas de los políticos. Lo estamos viendo con la alcaldesa Wu y antes con el gobernador Charlie Baker. Es hora de parar a estos antivacunas que resuenan por todos lados llevando un mensaje equivocado. Las publicaciones en las redes sociales oponiéndose a sus esfuerzos de vacunación a menudo usan lenguaje racista y xenófobo.
Boston no es el único lugar que exige la tarjeta de vacunación para comer en un restaurante o ir al gimnasio. Salem y Brookline aprobaron mandatos similares y es posible que otras ciudades sigan sus pasos porque es una de las medidas que ayudaría a cambiar las tasas de inoculación al agregar consecuencias a las decisiones de algunas personas de no vacunarse. “Es difícil ver cuán divididos estamos como país y cómo las emociones de las personas pueden canalizarse en una retórica dañina”, ha dicho la alcaldesa Wu.
Ahora antivacunas hay por todos lados, unos más rayados que otros, pero el caso del campeón mundial de tenis, el serbio de 34 años, Novak Djokovic, llenó al mundo deportivo de vergüenza. Porque es a todas luces un irresponsable que no le importa la vida del prójimo. Antes de viajar para participar en el Abierto de Australia, Djokovic estando con COVID participó en tres eventos públicos en su país contagiando aparentemente a medio mundo y luego mintió descaradamente a las autoridades australianas diciendo que había “guardado cuarentena” en su casa. Australia lo expulsó con razón, pero antes debió meterlo preso por irresponsable.
¡Sigamos cuidándonos! La vacuna salva vidas.