Entre el miedo y la soledad

Relato de una persona que batalló contra el COVID-19 por 12 días

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¿Qué pasará por la mente de un privado de libertad luego de estar las dos primeras semanas encerrado en cuatro paredes? ¿Qué pasará por la mente de una víctima de tortura a quien no le dejan ver la luz? ¿Qué pasará por la mente de una persona secuestrada con una pistola en la cabeza que no sabe si le quedan segundos de vida? ¿Qué pasará por la mente de un infectado con COVID-19 que sufre minuto tras minuto fuertes síntomas sin saber si pronto sería otro en sumarse a la funesta lista de millones de fallecidos?

Muchos dirán, cómo haces esas comparaciones si el encierro de un delincuente es por castigo al daño que le ocasionó a otra persona, y es cierto, solo es una simple analogía porque no sé con certeza lo que pasaría por su mente, ni sé si le ayudaría a arrepentirse y sentir remordimiento. Lo que sí sé de primera mano es qué pasa por la mente de un secuestrado y un paciente de COVID-19. 

Cuando tienes una pistola en la cabeza y recibes un sin fin de amenazas, comienzas a recordar a tus seres más importantes, empiezas a rezar, sientes que vives los últimos segundos de tu vida, te angustias por el frío del hierro y por escuchar el accionar del gatillo seguido por el rápido silbido de la bala, pero nunca pierdes la esperanza de vivir. 

Durante los primeros días de síntomas de COVID-19, comienza una batalla entre tu cuerpo contra una enfermedad infecciosa. Pero a medida que pasan las horas, y en vez de mejorar, lo que haces es empeorar, regresan los pensamientos de la víctima de un secuestro: recuerdos, lamentos, temor a la muerte, e intentos desesperados de buscar auxilio en un ser supremo que te ayude a vencer los obstáculos lo más pronto posible.

La recuperación del coronavirus es una guerra lenta, que se hace eterna con la severidad de los síntomas, y que lo más difícil es que debes afrontarla solo. No tienes de tu lado a un guerrero con espada que te diga que alguien te ataca por la espalda. Careces de un receptor que te diga cuál es el lanzamiento ideal para ponchar al bateador y lograr el último out del juego, ni tampoco cuentas con un director de orquesta que te guíe a la hora de tocar las melodías. 

Con el transcurrir de los días, los síntomas te siguen atacando, y tu cuerpo se vuelve más vulnerable, quedándose sin escudo ni herramientas para defenderse. Mientras que la mente es la que más se va debilitando: primero por el cansancio de la batalla; segundo por el temor a que se acerque un trágico final; y último porque no cuentas con alguien que te ponga la mano en el hombro y te diga que aguantes que pronto saldrás victorioso.

Más allá del desgaste físico, diría que el psicológico es el más fuerte para los que logran sobrevivir a síntomas moderados o severos de COVID-19. Por eso insto a los que pasen por esa penosa etapa, a mantenerse positivos, y a refugiarse en la lectura, en sus seres queridos, y en los que siempre están ahí para apoyarlos. Mientras que si eres familiar de algún paciente, y no puedes apoyarlo personalmente, jamás dejes de hacerlo un día a través de otras formas: detalles, llamadas, mensajes, frases motivadoras, entre otras.

No hay nada más triste que creer que estás muriendo solo, pero no hay nada más reconfortante que saber que tienes de tu lado a un ejército de personas que te ayudarán a salir a adelante.

Fuerza, fe, pero sobretodo mucha empatía, para vencer al miedo y la soledad.