Por Maximo Torres
Editor, El Mundo Boston
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Desde el inicio de la pandemia, muchos profesionales de la salud han librado sus propias batallas no solo para salvar a cientos de miles de personas de la terrible pandemia del coronavirus sino para evitar contagiarse del virus mientras trabajan en condiciones nada óptimas en hospitales o centros de salud, mayormente de América Latina.
El personal de la salud es el más vulnerable al COVID-19 y son cientos o miles los trabajadores de la salud infectados en el mundo. Los datos de la OPS muestran que más de 570.000 trabajadores de la salud en la región se han enfermado y más de 2.500 han sucumbido ante el virus.
“La escala de esta pandemia no tiene precedentes, y ningún otro grupo lo ha sentido más agudamente que los mismos hombres y mujeres que componen nuestra fuerza laboral de salud”, según dice la directora de la OPS (Organización Panamericana de la Salud).
A más de un año de la pandemia, los médicos, enfermeras y otros trabajadores de salud se siguen infectando en diferentes partes del mundo y el dolor que experimentan sus familias es desgarrador. Lo he sentido en carne propia cuando uno de los nuestros, un médico peruano de los más prestigiados a nivel internacional, ha caído víctima de ese terrible mal que lo tiene en la unidad de cuidados intensivos.
«Como hermana siento que la vida se me desgarra, no poder verlo, abrazarlo me llena de tristeza y congoja, pero le doy gracias a Dios por seguir escuchando nuestras oraciones, pero hay noticias en la vida que te marcan, que te hacen ver la vida de manera diferente», me dice en una comunicación desde Brasil su hermana, Olga Lattarulo, periodista-poetisa y nuestra compañera de labores.
Todo comenzó cuando su hijo Andrew llamó a los hospitales de Porto Alegre porque el médico no respondía a ninguna comunicación para luego enterarse de que el doctor Gerald Benavides había sido internado de emergencia con COVID-19 el 20 de febrero en estado muy crítico. «Esta noticia se convirtió en una tragedia para todos nosotros y el dolor y el llanto nos dominó, pero aún Gerald está luchando por su vida».
«Su situación es muy delicada y uno de los médicos que lo atiende me ha dicho ‘la ciencia no puede hacer más, ya ha hecho todo lo posible, ahora está en manos de Dios’. De allí que estamos moviendo a todo el mundo en oración por Gerald», me dice nuestra colega y amiga.
Es mucho lo que se puede hablar del doctor Gerald, lo conozco de toda la vida y desde que se graduó de doctor en medicina en 1982 dedicó su vida al servicio de los que menos tienen. Desde el inicio de la pandemia se entregó en cuerpo y alma por ayudar a cuanta persona se le cruzaba en el camino víctima del terrible coronavirus. Más podía su vocación de servicio que el temor a contagiarse.
El doctor Gerald trabajó en distintos hospitales y clínicas en Lima para luego emigrar a Nueva York y después a Boston para seguir una carrera médica exitosa que lo llevó años después a emigrar al Brasil donde dictaba conferencias en las que subrayaba que la medicina científica no solo debe practicarse con el cerebro sino con el corazón. «No nos debe importar la parte monetaria», decía en sus conferencias el también profesor de Bioquímica en Tufts University.
Ahora nuestro amigo, nuestro hermano es uno de los muchos profesionales de la salud que están librando su propia batalla para salir de este virus que lo tiene en cuidados intensivos en un hospital de Porto Alegre, en la frontera brasileña con Argentina y Paraguay. ¡Oremos por su salud para que Dios lo ayude a salir de esta enfermedad!
¡Sigamos cuidándonos! La vacuna salva vidas.