OPINIÓN | La división que destruye: Una lección desde Venezuela para Estados Unidos

Por Ciro Valiente

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Los resultados de las elecciones en Estados Unidos han dejado una nación dividida y con sentimientos encontrados. Con Donald Trump como presidente electo tras vencer a la vicepresidenta Kamala Harris, el ambiente se siente cargado, y es imposible ignorar el odio que ha germinado entre vecinos, colegas, amigos y hasta familiares. Este ciclo electoral ha expuesto las fisuras que dividen a Estados Unidos, mostrando una polarización que recuerda trágicamente a lo que viví de niño en Venezuela con la llegada de Hugo Chávez al poder.

Desde que Chávez ganó en 1998, fui testigo de cómo el país cambió radicalmente. Venezuela, en su esencia y en su gente, comenzó a dividirse bajo la bandera del “ellos” contra “nosotros”, o de “imperialistas” contra “revolucionarios”, o de “buenos” contra “malos”, o de “ricos” contra “pobres“, o de los de “derecha” contra los de “izquierda”.

Amistades de años se disolvieron, familias dejaron de hablarse, colegas rompieron relaciones laborales y hasta las celebraciones familiares se volvieron tensas. El odio, sembrado y alimentado por la política, se filtró en cada rincón de nuestras vidas, desde las mesas donde comíamos hasta los momentos de duelo donde en vez de abrazarnos para llorar y sanar la pena, el protagonismo se lo llevaba la hostilidad y la pugna por demostrar quién tenía la razón.

Hoy, más de dos décadas después, el daño de esa división persiste en Venezuela. La promesa de una patria unida, con una economía sólida y una vida más segura, se convirtió en una mentira que provocó el exilio de millones de venezolanos.

Alrededor de 30 por ciento de la población abandonó el país, forzada por una crisis que destrozó la infraestructura, el bienestar, la libertad, la economía y, sobre todo, el tejido social. Hoy, seguimos viendo cómo el éxodo masivo de venezolanos continúa, convirtiéndose en una de las mayores tragedias humanitarias de nuestra región, y tristemente parece no tener fin.

La polarización en Estados Unidos guarda similitudes preocupantes. Las promesas de un país fuerte, próspero y seguro suenan muy familiares, pero el trasfondo de odio y rencor es un signo de alarma. Aunque el concilio y la paz parecen lejanos en este momento, aún tenemos una oportunidad para evitar que el odio se arraigue de forma irreversible en el corazón de los que habitan esta hermosa tierra.

Si algo nos enseñó la historia de Venezuela es que no vale la pena destruir relaciones valiosas por ideologías políticas. En lugar de celebrar con tinta de burla la derrota del otro o, en caso contrario, calificar e intentar destruir moralmente al que votó por una opción diferente a la suya; podríamos tender puentes, practicar la empatía y recordar que todos queremos un mejor futuro para el país.

Decía Mahatma Gandhi que ”la grandeza de la humanidad no está en ser humanos, sino en ser humanos con humanidad”. Necesitamos la solidaridad, la decencia, el respeto, la compasión, la empatía y los valores que nos recuerdan que por encima de todo, somos humanos, y que la humanidad es lo más sagrado en la vida.

Los peligros del poder absoluto

El poder absoluto representa un grave riesgo para la democracia y el bienestar de una sociedad. Cuando un líder o grupo elimina los mecanismos de control, como el equilibrio de poderes y la supervisión independiente, se abre la puerta a la corrupción y la arbitrariedad.

Sin transparencia ni rendición de cuentas ni balance de ideas, la represión de derechos humanos y el encarcelamiento de disidentes se vuelven comunes, y el líder se aísla de las necesidades reales de la población.

Este aislamiento produce decisiones unilaterales que, en lugar de resolver problemas, empeoran la crisis económica y social, generando pobreza, inflación y una fragmentación social marcada por la polarización.

El poder absoluto es extremadamente peligroso, y cuando viene acompañado de odio, rencor y sed de venganza, puede convertirse en una fuerza destructiva. Si no frenamos el odio ahora y no buscamos un equilibrio de poderes donde la razón esté por encima de la idolatría, Estados Unidos podría ver fracturas que afectarán generaciones enteras, tal como sucedió en Venezuela.

Esperemos que se elija el camino de la paz, de la razón, del balance, del bienestar y la reconciliación, evitando así que nuestras relaciones y, en última instancia, nuestra nación, se caigan a pedazos.


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