La inseguridad alimentaria es una experiencia infantil adversa

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  • Cambiemos la narrativa sobre el hambre para los inmigrantes y los jóvenes de primera generación

Luis, de once años, se encuentra en su examen físico anual y su madre está molesta. El médico le hace preguntas sobre la alimentación en el hogar y le recuerda la importancia de la nutrición para un niño en desarrollo. A ella se le caen las lágrimas mientras recibe la información. Luis sabe que apenas pueden pagar la comida que tienen; su coche necesita arreglo, por eso hace meses que no pueden ir al supermercado donde se consiguen precios más asequibles y el autobús no pasa por allí. Al crecer, como Luis, me senté muchas veces con mis padres en el consultorio del médico durante las conversaciones, observé las caras de derrota de mis padres e interioricé su trauma por sentir que no estaban cumpliendo con su responsabilidad como padres de garantizar que tuviéramos alimentos saludables para comer.  Su vergüenza se convirtió en mi vergüenza, y su desconexión de sentirse “buenos padres” creó aislamiento y miedo de los limitados recursos que podían ayudarnos.  Ese tipo de experiencia traumática permanece contigo hasta la edad adulta.

En el histórico estudio ACE, realizado entre 1995 y 1997, aprendimos que las experiencias tempranas son importantes y tienen una profunda repercusión en la salud y el bienestar a lo largo de la vida. Ahora, casi 28 años después, parece que todavía estamos tratando de comprender cómo podemos, como sociedad, resolver nuestra pregunta más esencial: ¿cómo están los niños? Sabemos que una de las mayores amenazas a la salud pública son las experiencias infantiles adversas; sin embargo, en gran medida como sociedad, seguimos fallándoles a nuestros niños, ya que el 36 por ciento de los niños de Massachusetts padecen actualmente inseguridad alimentaria.

Un alarmante 53 por ciento de los niños de hogares latinos en toda la Mancomunidad padecen inseguridad alimentaria. Las investigaciones muestran que los niños latinos tienen menos probabilidades de tener acceso a alimentos saludables debido a las barreras a las que se enfrentan los adultos en sus hogares relacionadas con el subempleo, la falta de transporte confiable y políticas que rijan los programas de nutrición suplementaria. Los factores de riesgo relacionados con el racismo sistémico pueden crear barreras adicionales a las oportunidades económicas y al acceso a mejores resultados de salud.  Debemos cambiar la narrativa sobre cómo vemos la inseguridad alimentaria en nuestro país, que no se trata únicamente de alimentar a las personas, sino de la justicia al brindar a los niños las herramientas para prosperar. 

 Massachusetts ya está a la vanguardia al ofrecer recursos de nutrición infantil, como comidas escolares universales gratuitas, Summer Eats y programas de crecimiento y nutrición. Todavía podemos llegar lejos pensando más allá de la red de seguridad de la escuela: vacaciones, fines de semana, noches y días festivos. Si usted o yo solo pudiéramos contar con una comida al día de manera constante, ¿cómo podríamos afrontar nuestro día? Dudo que la mayoría de nosotros pudiéramos pasar el día con éxito, y creo que muchos tendríamos dificultades para ver el mundo como un lugar seguro para poder vivir. Nuestros niños necesitan experimentar seguridad y conexión para crecer y contribuir.

Nuestro vínculo con la seguridad alimentaria es tan complejo que también está ligado a los primeros recuerdos de nuestra infancia de cómo podíamos acceder a los alimentos y de cómo nos alimentaban cuando éramos niños. Esta conexión nos acompaña a lo largo de toda la vida. Ahora, si ponemos eso en el contexto de un niño de primera generación o inmigrante y que puede estar lidiando con otras adversidades en simultáneo, podremos comenzar a comprender que realmente importa la forma en que abordamos el hambre en nuestra comunidad.

¿Cómo podemos trabajar juntos en todas las comunidades para encontrar soluciones contra el hambre infantil? Durante la pandemia, vimos lo que puede suceder cuando todos nos aseguramos colectivamente de que nuestros vecinos y nuestrosniños satisfagan sus necesidades básicas. Después de la pandemia, somos testigos de cierta pérdida en la progresión. Las tasas de inseguridad alimentaria siguieron aumentando desde el 18.2 por ciento en 2021, cuando existían redes de seguridad federales y estatales, y alcanzaron hasta el 26 por ciento en los últimos años después de que estos programas de recursos de emergencia críticos finalizaran.

Como comunidades podemos hacer este trabajo juntos. Podemos abogar por mejores políticas que aborden los problemas de accesibilidad a los alimentos, promuevan el acceso equitativo a los mismos y eliminen las barreras sistémicas a los programas de asistencia alimentaria.

Imaginemos comunidades en las que volvamos a esa pregunta esencial: “¿cómo están los niños?” Cambiemos la narrativa en torno a la inseguridad alimentaria de una narrativa de vergüenza a una de amparo y humanidad. A través de inversiones y una promoción continua en las comunidades, podemos fortalecer juntos el sistema alimentario y reducir, y algún día erradicar, el hambre de todos los niños.

Acerca de la autora: Jessica Cantin es la directora ejecutiva de Food For Free, la organización sin fines de lucro líder en rescate y redistribución de alimentos dedicada a brindar acceso confiable a alimentos frescos y nutritivos a las comunidades del este de Massachusetts. Para obtener más información, visite: www.foodforfree.org.

Jessica Cantin
Directora ejecutiva de Food For FreeJessica Cantin
Directora ejecutiva de Food For Free